Construir personajes inolvidables, el santo grial de la narrativa, el monstruo que nos desvela a los escritores, junto con los impedimentos amorosos de los protagonistas y las fórmulas de Excel.
Por mucho tiempo, desde mis primeras clases de guion y escritura audiovisual en la universidad, las aproximaciones iniciales a las técnicas de creación de personajes tendían a basarse en los arquetipos clásicos del teatro griego -ya saben los héroes, los seres mitológicos o los dioses-; por los lados de la psiquiatría, recurríamos frecuentemente a los arquetipos de la personalidad de Jung e incluso algo de Freud; y para los más esotéricos y menos complicados, grupo en el que me incluyo, el eneagrama o los signos del zodiaco eran la guía suprema, tanto por su simplicidad, claridad y la facilidad con la que nos permitían crear contrastes entre personajes, identificando sus opuestos.
Los signos del zodiaco, además de marcar características de los personajes, ayudaban a ubicar la fecha de cumpleaños de los personajes que, aunque parezca trivial, es un dato curioso que no está de más tener en cuenta en caso de que sea útil en algún momento de la trama.
Y luego vino, el marketing digital…
Entrar a trabajar a Universal McCann como Ejecutiva de Medios Digitales, supuso para mí un cambio de paradigma, tanto en lo profesional como en lo personal. Allí aprendí que no hay campaña publicitaria sin perfiles de consumidor, de la misma forma que no hay historia sin personajes.
Como Ejecutiva de Medios Digitales, mi trabajo no era propiamente construir los perfiles de consumidor, sino entenderlos, de la mano del admirable equipo de psicólogos y antropólogos del departamento de Estrategia quienes creaban los perfiles utilizando algo muchísimo más sofisticado que el eneagrama o el zodiaco: los datos.
Datos. Sí, datos. La publicidad también tiene su ciencia.
Para quienes no están familiarizados, en la industria publicitaria hay algo que se llama la medición de audiencia que, en cristiano, se refiere a un conjunto de metodologías desarrolladas por compañías especializadas que se dedican a estudiar el comportamiento de las personas de un grupo social, específicamente en lo que respecta a sus hábitos de consumo. Por lo general, estos estudios (como el Target Group Index de Kantar-Ibope o el Vividata en Canada) se realizan dos veces al año y sus resultados se cargan en sendas bases de datos que son justamente las que consultan los maravillosos seres de luz de los que hablaba anteriormente, la gente de Planificación Estratégica, o Consumer Insights, como le llaman otras agencias.
Todos estos procesos, además de convertirse en parte fundamental de mi trabajo en UM, me hicieron cuestionarme la metodología que yo misma utilizaba para diseñar los personajes de mis historias. ¿Qué tan auténticos podrían llegar a ser si sólo me rijo por el eneagrama? Y sobre todo, ¿qué tal reales?
Empecé a sentir que el eneagrama y los arquetipos que, si bien son técnicas útiles que ayudan a definir roles básicos de los personajes en nuestra historia, podrían también encasillarme en las mismas fórmulas, corriendo el riesgo de repetir los personajes una y otra vez en historias que, aparentemente, son diferentes.
Otro riesgo era la uni-dimensionalidad. Si mis personajes se rigen por un solo rasgo fundamental de la personalidad, ya sea la ira, la envidia o la vanidad, ¿cómo diablos van a crecer si siempre se comportan así? ¿y la gente de verdad, es realmente así? ¿no tenemos todos los seres humanos momentos de euforia, ternura o compasión?
Además, a la hora de presentar mis historias, y en el caso de la publicidad, una campaña, suena mil veces más convincente describir los perfiles cuando tienes el soporte estadístico de los datos. Los baja de la atmósfera de nuestro cerebro a la firme superficie del pavimento que pisamos.
Luego recordé lo que el viejo Ernest Hemingway dijo alguna vez:
Los escritores deben crear seres vivientes. Personas, no personajes.
Ahí entendí que debía revaluar mi proceso de creación de personajes. No podía seguirlos viendo como sombras en mi cabeza, ni la personificación de los valores o miedos de los que yo quería hablar sino como personas reales, seres de carne y hueso que viven, piensan y sienten.
Mi nuevo proceso incluye, además del eneagrama, los estudios de audiencias publicados en internet, las estadísticas recogidas y analizadas por instituciones gubernamentales (el DANE en Colombia o Statistics Canada en Canadá). Se sorprenderán la cantidad de datos que Google puede botar si uno sabe preguntarle.
Puede que a muchos les suene ñoño y cuadriculado, pero si lo de que se trata es de hacer un buen trabajo, los escritores debemos buscar por todos los medios entender el mundo en el que vivimos y las personas que lo habitan para así, aterrizar nuestros personajes en el mundo real. No se trata sólo de describir su psique sino de descubrir en qué barrio viven, qué tipo de empleos tienen ¿cuál es su salario promedio y para qué les alcanza? ¿qué tan grande es su núcleo familiar? ¿cuáles son los artículos básicos de su canasta familiar que nunca les pueden faltar?… en fin! tantas cosas que pueden darle dimensión y carácter al más simple de los mamarrachos!
Cuando no tengo datos, salgo a la calle, a chismosear observar a la gente; porque por más datos que haya, hay una cosa que jamás podrán reemplazar: la fabulosa experiencia de la conexión humana.
Sea cual sea la o las fuentes de información o las técnicas que utilicemos para construir nuestros personajes, tres cosas permanecen invariables:
1. En una buena historia, no hay personajes de soporte. Hay personajes. De la misma forma que el dueño de una empresa no contrata a un empleado para ponerlo a hacer nada, los personajes que incluyamos en nuestra historia deben tener una vida, ocupación e historia propia, por pequeña que sea.
2. El carácter de los personajes no se manifiesta por lo que decimos de ellos, sino por las acciones que realizan y las decisiones que toman.
3. Podemos tener un personaje sin personalidad, sin motivacionse o intereses, pero lo que NO podemos tener es un personaje sin dilemas, mucho menos sin conflicto. Sin conflicto, no hay historia.